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jueves, 19 de febrero de 2015

DANIELA VIAJA MAÑANA



daniela viaja mañana
Como de costumbre mi vida sigue siendo desordenada, fragmentada, porque las personalidades que me subyacen andan como locas siempre, no me estoy excusando con esto, lo menciono porque así es, en el fondo a muchos les pasa lo mismo y toca salir con una endiablada sonrisa y un no sé qué que al levantarse grita que todo va a estar bien, de todas maneras para eso estamos acá, para eso de estar bien, a costa de lo que sea, el todo es que primero yo, eso sucede inconscientemente, quizá por eso la culpa no tiene mucha cabida en esto. Daniela me mira retrospectivamente, a veces me pregunto si quiere seguir creciendo.

- en qué piensas Daniela, pregunto. Ella no habla, sólo mueve su cabeza como en son de decir: en nada.
- pero si uno siempre piensa en algo, insisto en preguntar.
- no, en nada pienso, dice; - sólo me he quedado abstraída, ya sabes, como congelada en el tiempo, es todo.
- sí, es genial cuando eso sucede, el tiempo no existe, es como un limbo y uno a la final se siente bien.
- es cierto, dice Daniela
- es como si te detuvieran la escena y algo te absorbiera, pero ni sientes ni algo más, jum, quién sabe, definitivamente un limbo.

Enciendo despreocupadamente el televisor, no pretende mayor cosa en sus anuncios, ahí están unos actores con sus vestidos finos y sus cafés con galletas, anunciando una nueva novela; pan y circo para el pueblo, lo del circo es seguro lo del pan quién sabe, definitivamente estamos jodidos; pero como el positivismo raya sobre el olvido de la realidad entonces no hay problema. Que viva la televisión!; mejor coloco una vieja película, Buñuel estará bien. Mientras; Daniela intenta algo en la guitarra, mientras; yo intento razones al menos para la mañana, ya la tarde tendrá su afán propio.

- iremos a jugar esta tarde, me pregunta Daniela.
- es probable que no, saldré a hacer algunas diligencias.
- me llevas, no quiero quedarme acá encerrada.
- bueno, pero afuera es otro tipo de encierro, le digo
- sí, pero al menos paseo y miro otras cosas, además disfruto mucho de tu compañía. Lo dice con una sinceridad tan abierta que no renuncio a llevarla.
- vale, irás conmigo, pero con la pequeña condición que me sujetes en tu mano.
- ah! yo que esperaba aferrarme a la tuya,
- no, esta vez quiero ser quien se esconde, ojala y me pierda.
Daniela sonríe, me mira escudándome porque sabe que mis palabras son del todo ciertas. —tranquilo daniel, ese trato está cerrado entre nosotros desde hace mucho.

De todas maneras soy demasiado confiado en la vida, por eso me pasa lo que me pasa, confío demasiado, ya Daniela me dará la razón, una vez más para mis menos, pronto se irá, su viaje ya está cerca y la esperan otros cielos que espero mejor que éste que le dibujé, yo correré entonces siempre a buscar su sombra, la que terminará por endiablar a una de esas personalidades que me adolecen. Busco su humanidad y “paso revista” por sus ojos, ellos hacen lo mismo pero no con la misma introspección que los míos. Sonríe, y es como si dijera que todo va a estar bien, como me cuesta creerlo cuando por fin se separan las miradas.

- quieres café?, le digo, al tiempo que camino directo a la cocina que aguarda más esperanzas que yo.
- sí, responde. Y camina tras de mí parodiando mis movimientos cansados.
- al mío le dejas sin azúcar como al tuyo, esta vez lo quiero así.

Me giro y ella igual lo hace, le advierto que ahora no podrá adivinar mis movimientos, se da vuelta bruscamente y jura no volver a darme la espalda.
-no puedo vivir sin copiarte daniel, hay muchas cosas que se sobreviven con de tu sol en mi cielo; lo menciona y me abraza.
- mejor le ponemos azúcar esta vez al café, advierto; mientras respondo a su abrazo.

Casi son las tres de la tarde, terminamos de ver “ese oscuro objeto del deseo”. Daniela dice que sería capaz de jugar así conmigo.
- ya lo hiciste, le digo
- y cómo nos fue, pregunta con toda la malicia posible
- creo que eso tú lo sabes mejor que yo, respondo; y mi personalidad de asceta brilla.
- vámonos ya, dame tu mano, se nos hace tarde.

Me escondí, Daniela viaja mañana.


 Daniel Matute

martes, 10 de febrero de 2015

ETERNO RETORNO

Está el día en el esplendor de su juventud, pero Daniel no quiere levantarse de la cama, o eso que remeda serlo; una colchoneta sobre la tierra fría junto a viejos libros que nunca terminará de leer; no está cansado pero tampoco precisa de muchas cosas por ir a conquistar, sigue en su cabeza girando la cansada nota del extraño retorno, ese peregrino endemoniado que presentara un día Nieztchev. Es martes y se tiende la misma monotonía de los días en él, ataca con certeza de respiración, con puntualidad de campaneo de iglesia; pero esta vez con un sentido asmático y más vacío que nunca, como fe que sigue buscando respuestas.
No creo que Daniel sea el único en este sistema de caos y desconciertos, todos salen a buscar la ruta de escape del extraño abandono que se inventó la creación, salen a buscar esa nota que le da la vibra a su vida desequilibrada por cuenta de la eterna flagelación del bien y el mal. Y encuentra en su Emilia una salida de emergencia, para la insoportable insignificancia de sus días, gracias a dios.
Ella es como una lámpara en su vida, localizando en la línea del tiempo de Daniel, los colores que al parecer son la ecuánime forma desafiante de la monotonía, él siempre se ha preguntado cómo es que ella lo consigue, pero la verdad, todo eso es un entresijo;

- cómo lo haces Emilia preguntó daniel como por milésima vez.
Emilia vuelve a reponder sólo con una sonrisa. Y va por dos tazas de café a la cocina.
- Emilia tú siempre andas como tan ocupada, entretenida ….
- entretejida, interrumpió Emilia, y no creas que dentro de mí no llueve, agregó antes de probar su café, mientras daba la otra taza a Daniel.
- creo que tengo mucho trabajo que hacer con tu corazón, dijo Daniel citando las íneas de una canción.

Emilia volvió a sonreír, pero era una sonrisa que decía ¡gracias¡, ella cerró los ojos un instante y casi quiso llorar, pero no se lo permitió, quizá por orgullo, quizá porque estaba ya cansada de sentir el mar en su rostro.
-cómo me podrías ayudar, preguntó Emilia. Y sin saberlo volvía su luminiscencia a revitalizar la vida de Daniel.

Entonces ese era el aquí y el ahora, el sin-tiempo, la sin-nada, donde Daniel sentía que se podía salvar, él nunca ha sabido de qué se salva, nunca ha sabido de qué huye, a dónde es que lo lleva todo esto, pero con Emilia de repente era como si estuvieran todas las respuestas, no importaba ni cinco sí las entendía o no; pero tenía las razones, no las excusas pues nunca compartió ese tipo de escudos. Tenía lo que consideraba necesario para el camino.
Emilia habló después como queriendo cerrar el telón, que a la larga más subía;
- lo único que tengo es una tarde y tres noches de escuela libres, es lo único que realmente me pertenece. Y se puso a mirar a lo lejos como si alguien fuera a venir y llevársela a quién sabe dónde.
- espero estar en ellos Emilia, dijo Daniel con toda la fe posible de poderlos conquistar de alguna manera segura.

Pero Daniel era un chiquillo y fue Emilia quien tomó el destino por el cuello y lo sacó de los pensamientos para ponerle los pies en la tierra,
- hay cosas que yo no quiero que sepas de mí Daniel, así como yo no las merecía tú no debes saberlas, y aunque eso nos distacie por siempre, hará de este retorno nuestro, algo verdadero, créeme.
Hubo un silencio impar, ella por su lado y Daniel persiguiéndola; idiota. 
Eterno idiota en su retorno, pero comprender la libertad de Emilia lo hacía también libre, aún le cuesta llevar esa idea de los misterios de Emilia, pero la apertura de su vida no ha podido llegar a mejores manos, cuando él está solo lo entiende mejor.
El martes sigue su camino pactado con la creación, Daniel en ocasiones aguarda en una esquina cualquiera a que la tarde o las tres noches de Emiliase anuncien, porque de otra manera no es capaz de justificar o siquiera de echar a la suerte su vida.
Espera a la lámpara que ultraviolete y ultraviolente aquello de sobrevivir, mientras subsiste al impaciente cansancio de respirar al borde de una paranoia con nada de retorno.


eterno retorno


Daniel matute

domingo, 1 de febrero de 2015

LA MONEDA

De no haber sido por el viejo reloj que estaría cansado para esa mañana, 

de seguro me habría dispuesto a aventurar el día muy temprano como siempre; pero no, la pila moriría en esa madrugada de martes y entonces la alarma no sonaría y así mi día comenzaría corriendo para conocerla a ella. Apenas si me duché y me preparé un café que me supo a prisa y desdén, salí entonces y tomé el autobús que me llevaría por la ruta de siempre hasta mi trabajo, serían los mismos cuarenta y tantos minutos hasta un destino que me aguardaba ansioso como todos los días, y yo igual, en verdad amaba lo que hacía, aunque no hablara mucho de ello. Subí al autobús, y como no tenía listo lo del transporte me ubiqué en una de las sillas de adelante mientras reunía las monedas correctas para pagar. Mientras, el bus continuó su marcha con la prisa mañanera de todos los días.

Hizo una siguiente detención para que otros pasajeros entraran en aquellas viejas entrañas de metal. Entonces fue cuando ella subió y se sentó a mi lado, apenas si percibí el cielo que se abría en ese momento. Su figura delgada, su cabello apenas recogido, sus ojos extraviados y una sencillez que aun no logro hallar en algún otro lugar de este cansado mundo. Me dispuse a pagar mi pasaje y fue cuando ella tuvo la misma intención, y ahí, en un pequeño movimiento se desató nuestra propia teoría del caos.

El autobús de repente frenó para hacer caso al semáforo que le anunciaba detenerse, entonces nuestras monedas salieron “volando” y cayeron en un azar de confusión, y así igual nuestras miradas y una pequeña sonrisa intercambiadas. Recogimos las monedas y al sumar para pagar a ella le faltaba para completar su pasaje y a mí me sobraba, vaya casualidad, extraña y bienaventurada. 
Entonces le dije:
- yo invito. Mientras extendí mi mano para recibir su dinero; ella sonrió levemente y acerco sus monedas para darme lo que tenía. Me levanté y pagué, y volví a sentarme junto a ella.  
- Mucho gusto, me llamo Daniel, dije.
 - Carolina, un gusto también, respondió. - Voy tarde para mi trabajo, advertí; pero en verdad ha sido muy bueno que así sea. Ella sonrió, miró su reloj; luego miró por la ventana y casi se quedó abstraída, no duró mucho; pero fue como si recordara algo que rápidamente dejó escapar.
 - Mira, ahí ha quedado otra moneda, me dijo mientras se inclinaba a recogerla, yacía cerca de su pie izquierdo. Luego me dio la moneda y dijo: - Toma daniel, quédatela, que sea para tu suerte. Recibí la moneda, la miré como expiando en el laberinto de su mirada, por alguna razón yo quería robar la calma que volaba en sus ojos al mirarme; pero ocurría lo contrario, era mi calma la que se extraviaba. - Qué intentas, me dijo. - Comprender mi suerte creo, respondí; o por lo menos a la que haces mención. Entonces su sonrisa se dibujó iluminada y ese pequeño universo alegre era seguro que auguraba un paraíso. - Sabes, tu sonrisa se dibuja como un cielo abier … fue cuando me interrumpió ipso facto. - No, no lo digas. No es un buen momento, en serio. Volvió a dirigir su mirada por la ventana, se dejó ir toda esta vez, casi volvió a ser esa persona desconocida que no sé cuántas veces cruzó su vida con la mía y nunca nos dimos cuenta. La observé en silencio, quise estar más cerca, no sé, tomar su mano y … pero, qué le diría? … La próxima parada era mi destino. Ella volvió a mirarme con su pequeña sonrisa y yo juraría que sus ojos parecían algo nublados. En qué piensa, yo me preguntaba. Extendí mi mano y sobre su bolso coloqué aquella moneda que hacía unos segundos definía mejor nuestro encuentro. - Toma Carolina, para tu suerte, es seguro que la necesitas más que yo. Ella me miró con su silencio arcano, quiso decir algo pero no supo qué. Y nos quedó ese silencio ensordecedor como un adiós. Bajé del autobús y vi como se alejaba, con su miraba perdida, con su sonrisa de paraíso y cielos abiertos. No fui a trabajar. No era problema, me gustaba ahora más mi suerte, quería seguir así. Caminé por ahí y en mi cabeza aparte de preguntarme si volvería a verla, a ella, a Carolina, estaba la duda sembrada de a quién en verdad pertenecía aquella moneda...


La moneda

Daniel Matute.