domingo, 1 de febrero de 2015

LA MONEDA

De no haber sido por el viejo reloj que estaría cansado para esa mañana, 

de seguro me habría dispuesto a aventurar el día muy temprano como siempre; pero no, la pila moriría en esa madrugada de martes y entonces la alarma no sonaría y así mi día comenzaría corriendo para conocerla a ella. Apenas si me duché y me preparé un café que me supo a prisa y desdén, salí entonces y tomé el autobús que me llevaría por la ruta de siempre hasta mi trabajo, serían los mismos cuarenta y tantos minutos hasta un destino que me aguardaba ansioso como todos los días, y yo igual, en verdad amaba lo que hacía, aunque no hablara mucho de ello. Subí al autobús, y como no tenía listo lo del transporte me ubiqué en una de las sillas de adelante mientras reunía las monedas correctas para pagar. Mientras, el bus continuó su marcha con la prisa mañanera de todos los días.

Hizo una siguiente detención para que otros pasajeros entraran en aquellas viejas entrañas de metal. Entonces fue cuando ella subió y se sentó a mi lado, apenas si percibí el cielo que se abría en ese momento. Su figura delgada, su cabello apenas recogido, sus ojos extraviados y una sencillez que aun no logro hallar en algún otro lugar de este cansado mundo. Me dispuse a pagar mi pasaje y fue cuando ella tuvo la misma intención, y ahí, en un pequeño movimiento se desató nuestra propia teoría del caos.

El autobús de repente frenó para hacer caso al semáforo que le anunciaba detenerse, entonces nuestras monedas salieron “volando” y cayeron en un azar de confusión, y así igual nuestras miradas y una pequeña sonrisa intercambiadas. Recogimos las monedas y al sumar para pagar a ella le faltaba para completar su pasaje y a mí me sobraba, vaya casualidad, extraña y bienaventurada. 
Entonces le dije:
- yo invito. Mientras extendí mi mano para recibir su dinero; ella sonrió levemente y acerco sus monedas para darme lo que tenía. Me levanté y pagué, y volví a sentarme junto a ella.  
- Mucho gusto, me llamo Daniel, dije.
 - Carolina, un gusto también, respondió. - Voy tarde para mi trabajo, advertí; pero en verdad ha sido muy bueno que así sea. Ella sonrió, miró su reloj; luego miró por la ventana y casi se quedó abstraída, no duró mucho; pero fue como si recordara algo que rápidamente dejó escapar.
 - Mira, ahí ha quedado otra moneda, me dijo mientras se inclinaba a recogerla, yacía cerca de su pie izquierdo. Luego me dio la moneda y dijo: - Toma daniel, quédatela, que sea para tu suerte. Recibí la moneda, la miré como expiando en el laberinto de su mirada, por alguna razón yo quería robar la calma que volaba en sus ojos al mirarme; pero ocurría lo contrario, era mi calma la que se extraviaba. - Qué intentas, me dijo. - Comprender mi suerte creo, respondí; o por lo menos a la que haces mención. Entonces su sonrisa se dibujó iluminada y ese pequeño universo alegre era seguro que auguraba un paraíso. - Sabes, tu sonrisa se dibuja como un cielo abier … fue cuando me interrumpió ipso facto. - No, no lo digas. No es un buen momento, en serio. Volvió a dirigir su mirada por la ventana, se dejó ir toda esta vez, casi volvió a ser esa persona desconocida que no sé cuántas veces cruzó su vida con la mía y nunca nos dimos cuenta. La observé en silencio, quise estar más cerca, no sé, tomar su mano y … pero, qué le diría? … La próxima parada era mi destino. Ella volvió a mirarme con su pequeña sonrisa y yo juraría que sus ojos parecían algo nublados. En qué piensa, yo me preguntaba. Extendí mi mano y sobre su bolso coloqué aquella moneda que hacía unos segundos definía mejor nuestro encuentro. - Toma Carolina, para tu suerte, es seguro que la necesitas más que yo. Ella me miró con su silencio arcano, quiso decir algo pero no supo qué. Y nos quedó ese silencio ensordecedor como un adiós. Bajé del autobús y vi como se alejaba, con su miraba perdida, con su sonrisa de paraíso y cielos abiertos. No fui a trabajar. No era problema, me gustaba ahora más mi suerte, quería seguir así. Caminé por ahí y en mi cabeza aparte de preguntarme si volvería a verla, a ella, a Carolina, estaba la duda sembrada de a quién en verdad pertenecía aquella moneda...


La moneda

Daniel Matute.